Amable y paciente lector:
A
finales del mes de enero del nuevo año 2023, abandoné el Seminario San
Clemente, donde serví dos años como superior y prefecto. A la espera de mi
nuevo destino, me trasladé temporalmente a la comunidad redentorista de la
Agonía, en Alajuela. Estando en esa ciudad, conocida con el circunloquio de
“ciudad de los mangos”, en este segundo mes del año y el más corto del
calendario, que según reza un poema infantil: “Soy un mes muy pizpireto, salto
y brinco sin parar: con mi nariz de payaso, yo te anuncio el carnaval”; se han
producido una serie de sismos, alcanzando la magnitud de cinco grados en la
escala de Richter uno de ellos, cuyo epicentro fue en Vara Blanca, cerca de los
volcanes Poás y Barva.
En
estos días, la temperatura ha bajado considerablemente con vientos fuertes, muy
fuertes. Se agitan las ramas grandes de los árboles, otros han caído, causando
la muerte a una persona; se escucha el silbido del viento que con fuerza
huracanada levanta las hojas de zinc de algunas viviendas; y se escuchan los
tres sonidos de sirena de los bomberos al pasar. Las horas pasan y sigo a la
espera de mi visa de trabajo R-1 para poder viajar a Puerto Rico, mi nuevo
destino, pues como reza el refranero castellano: “las cosas de palacio van
despacio”. En ese pasar de las horas, a veces tedioso por la espera, colaboro
con la comunidad en el quehacer sacramental, y para aprovechar más el
transcurso del tiempo, me dedico a leer y a escribir como pasatiempo. Me
propuse buscar en la biblioteca de la comunidad, en su sosegado silencio, lugar
deshabitado, oscuro y frío, un buen libro para ver las secuencias de los
acontecimientos, y encontré uno que capturó mi atención: Sor Juana Inés de
la Cruz-Obras Completas, de la histórica Editorial Porrúa, de la que he
leído varios libros. Trashojé dicha obra, y como resultado de esa simple
lectura escribí a modo de artículo sobre la ilustre niña de Nepantla, a quien
comencé a leer en los años de 1990, con su sátira filosófica, que dice así:
“Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión,
de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si la incitáis al mal?”
He
aquí mi escrito, el cual dejo a su consideración, amable y paciente lector:
Sor Juana Inés: la niña de Nepantla, la eterna musa del
Virreinato de la Nueva España y la peor del mundo
Por Bosco J. Rodríguez
A., C.Ss.R.
La
autora más importante novohispana, sin duda alguna, es sor Juana Inés de la
Cruz, máxima exponente del Siglo de Oro de la literatura en español en el
Virreinato de la Nueva España, invocada por insignes literatos de su época y de
todos los tiempos, como la "Décima musa", "Fénix de los
Ingenios" o "Sibila Americana", y Octavio Paz la invoca como “la
última poetisa barroca”, considerada figura central y luminaria en la América
española, que solo se puede comparar con el “príncipe de las letras
castellanas”, Rubén Darío, hasta el siglo XIX. El virreinato de la Nueva España
comprendía los territorios de México, América Central, las Antillas, el centro
y sur de los actuales Estados Unidos de América y la República de Filipinas.
Juana
Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana es conocida en el firmamento de las
letras castellanas como sor Juana Inés de la Cruz. La hija predilecta de
Nepantla e hija natural de Isabel Ramírez de Santillana y Pedro Manuel de Asbaje
vio por primera vez la luz de este mundo, en el año 1648, en San Miguel de
Nepantla, municipio de Tepetlixpa, en las estribaciones del volcán
Popocatépetl. Hasta hace más de medio siglo, se aceptaba como año de su
nacimiento 1651, según el testimonio de su primer biógrafo, el presbítero Diego
Calleja. A partir de 1952, con el descubrimiento de un acta de bautismo de sor
Juana Inés, la crítica sorjuanista acepta como fecha de su nacimiento el jueves
12 de noviembre de 1648. Fue bautizada el 2 de diciembre como Inés, hija de la
Iglesia, por ser hija natural.
La
obra literaria de Juana Inés de Asbaje es
abundante. Un sinfín de obras de su puño y letra llenaron el siglo XVII de la
Nueva España. En el inmenso firmamento de las letras castellanas se destacó
como escritora, poeta y pensadora. Los entendidos en la obra literaria de sor
Juana Inés, los sorjuanistas, consideran las siguientes obras como las más
importantes entre todas las demás, que también son importantes: «Los empeños de
una casa», obra teatral apreciada como una de las mejores de toda la literatura
hispanoamericana. Lo que más llama la atención es que una mujer la protagoniza,
hecho inusual para su tiempo. En el pensamiento de sor Juana no existe la mujer
sumisa. Ese personaje, dicen, la representa a ella; entre las obras poéticas
sobresale «Primer sueño», obra que no escribió por encargo, sino por amor
propio a la escritura. En esta obra, que se extiende en más de 900 versos, la
autora escribe sobre la necesidad que tiene el ser humano de crecer en lo
intelectual y alcanzar gran conocimiento de las cosas; en «Carta atenagórica»,
sor Juana se atreve a abordar temas teológicos, demostrando su alto
conocimiento en la ciencia que trata de Dios y del conocimiento que el ser
humano tiene sobre su Creador; de los Autos Sacramentales, donde se
utiliza la alegoría y el ensalzamiento de personajes bíblicos y del santoral,
resaltan «El mártir del sacramento», «El cetro de José» y «El divino Narciso».
Finalmente, se destaca su «Respuesta a sor Filotea de la Cruz», escrita en
marzo de 1691, contestando a la censura que hiciera el español Manuel Fernández
de Santa Cruz y Sahagún, obispo de Guadalajara y de Puebla, quien se escudó
bajo el seudónimo de Sor Filotea de la Cruz. Sor Juana y monseñor Fernández
intercambiaron epístolas entre 1690 y 1691. Según Octavio Paz, hay tres
arquetipos en la obra literaria de sor Juana Inés: Isis, diosa del Antiguo
Egipto; santa Catalina de Alejandría, mártir cristiana del siglo IV; y Faetón,
de la mitología griega.
De
la misma manera que se aprecia y valora la ubérrima obra de sor Juana Inés de
la Cruz, de manera semejante se hace con las obras de otras ilustres escritoras
novohispanas como, por ejemplo, Catalina la Eslava, considerada la primera
poetisa de la Nueva España. En la obra Coloquios espirituales y
sacramentales aparece un soneto de esta poetisa; otra reconocida escritora
es sor María Magdalena de Lorravaquio Muñoz, considerada una mística, comparada
con la inmensa santa Teresa de Jesús, y los estudiosos afirman que fue
precursora de sor Juana Inés de la Cruz; en este orden de las escritoras
ilustres de la Nueva España está también sor Mariana de la Encarnación, cofundadora
del primer convento carmelita de México.
Cabe
decir que todo escritor tiene a un determinado autor que ejerce sobre él o ella
cierta guía en el arte de escribir, pues la literatura es como un bello tapiz, tejido
con hilos preciosos de oro y plata para ser contemplado; estos en la antigüedad
narraban eventos históricos de gran trascendencia o eventos religiosos e
influían en el pensamiento de quien los contemplaba y viceversa. Un ejemplo de
esto fue el escritor, poeta, ensayista y traductor argentino Jorge Luis Borges,
en él influyó el escritor británico del Romanticismo Thomas de Quincey. De
igual modo ocurrió con sor Juana Inés, en su pensamiento literario influyeron autores
como el poeta y militar Garcilaso de la Vega; el poeta y dramaturgo Luis de
Góngora y Argote; el poeta romano Publio Virgilio Marón; el poeta lírico Quinto
Horacio Flaco; y el narrador de relatos mitológicos Publio Ovidio Nasón. Estos
y otros autores influyen sobre sor Juana de manera muy sensible con un efecto
muy positivo en el arte de escribir.
¿Sobre
qué escribió sor Juana Inés de la Cruz? Ella escribió obras de carácter religioso
como también profanas. Su estilo literario era de una estética barroca. Ella,
adelantada a su tiempo, escribió poesías sobre el amor y desamor. Sus obras
siguen siendo muy leídas y publicadas hasta hoy, en una palabra, la obra de la
hija predilecta de Nepantla sigue vigente, obras que recoge la librería y
editorial Porrúa, la cual es una de las más antiguas de los Estados Unidos
Mexicanos, fundada en 1900 y que en 1944 se convirtió propiamente en una
editorial. La proyección cultural de esta editorial en esa gran nación del
norte de América es de gran incidencia nacional e internacional. En su largo
itinerario de grandes publicaciones, esta editorial cuenta con gran valor
tipográfico e histórico. Una de sus publicaciones más famosas es la «Colección
de Escritores Mexicanos», cuyas publicaciones aparecieron entre los años de
1940 y 1990. En 1992, esta editorial publicó las Obras Completas de sor
Juana Inés de la Cruz, con prólogo del catedrático y académico mexicano,
don Francisco Monterde García Icazbalceta. La obra está distribuida en cuatro
partes. La primera parte comprende el género literario de la lírica: romances
filosóficos y amorosos, a don fray Payo Enríquez de Ribera, a los marqueses de
la Laguna, romances epistolares, a la condesa de Galve, romances sacros,
romances decasílabos y sacros, romancillos, endechas, seguidillas, sátiras,
redondillas, homenajes, quintanillas, glosas, liras, ovillejos y silvas; la
segunda comprende villancicos dedicados a los dogmas marianos de la Inmaculada
Concepción y a su Asunción gloriosa, al apóstol san Pedro, a san Pedro Nolasco,
de Navidad, a san José, el esposo virginal de María, a santa Catarina y a la
profesión de una religiosa; en la tercera parte se presentan autos
sacramentales y loas; y en la cuarta parte se presentan comedias, sainetes y
prosas.
Sor
Juana Inés tenía como costumbre muy arraigada el buen hábito de la lectura fue
una lectora empedernida con todas las letras. Se dice que llegó a acumular en su
biblioteca personal más de 4000 volúmenes, así como mapas e instrumentos
musicales, los cuales vendió y entregó el dinero para los pobres, al arzobispo
de la Nueva España, Francisco de Aguiar y Seijas y Ulloa, con quien sostuvo
serios conflictos. Fue una erudita, aprendió a leer a los tres años y fue desde
su niñez una verdadera autodidacta, ejemplo vehemente de amor por los libros. Del
padre Martín de Oliva recibió las primeras lecciones de latín, que aprendió en
solo 20 lecciones, pues gustaba de la musicalidad de los versos latinos.
Aprendió también el náhuatl. Era tanta su sed de aprender que su método de
estudio para aprender más y más consistía en cortarse el cabello a cierta
altura del hombro y cuando le crecía llegando a la altura anterior, se proponía
aprender más cosas. Disfrutaba permanecer en la Hacienda Panoaya, propiedad de
su abuelo, don Pedro Ramírez de Santillana, donde pasó su infancia y tuvo su
primera formación intelectual. Su abuelo tenía una pequeña biblioteca allí, y la
niña Juana Inés de Asbaje devoraba los libros leyendo y releyendo. La Hacienda
Panoaya es ahora un santuario lleno de información histórica sobre la niña de
Nepantla: Museo "Sor Juana Inés de la Cruz". A los ocho años, la
prodigiosa niña escribió su primer texto, con el cual ganó un concurso poético,
cuyo premio era un libro. Según los estudiosos de la obra de sor Juana, se
trataba de una loa de 330 versos octosílabos, dedicada a la solemne fiesta del
Corpus Christi, la cual se dice que está perdida, y que según se afirma estaba
escrita en náhuatl, lengua utoazteca que se habla principalmente en México y
América Central. La curiosidad en Juana Inés con el paso del tiempo se
convirtió en pasión intelectual, inmensa pasión intelectual.
En
la edad de la adolescencia, sor Juana encuentra un lugar para crecer en
sabiduría y dominio de las ciencias: la Corte del Virreinato del virrey Antonio
Sebastián de Toledo Molina y Salazar y la virreina Leonor María de Carreto. Ingresa
en ella, entre 1663 y 1665. Es allí en el ambiente palatino donde aprende las
letras cortesanas y se relaciona con prominentes letrados, intelectuales de la
época, entre ellos el jesuita, cosmógrafo y profesor de matemáticas, Carlos de
Sigüenza y Góngora. Era tanta la admiración por la aguda inteligencia de sor
Juana, que el mencionado virrey invitó a su corte a 40 reconocidos teólogos,
juristas y matemáticos, ante los cuales se sentó sor Juana Inés, para ser
examinada en sus conocimientos en cuestiones filosóficas y teológicas, a las cuales
ella respondió con acierto. Dicen que aquella escena parecía “un galeón
abriéndose paso entre unas pocas canoas”. Enfrentó con elegancia sibilina la
misoginia de su época, convirtiéndose así, por deseo expreso de la virreina, en
tutora de su hija, María.
Después
de un tiempo, en 1667, Juana Inés ingresó en el Convento de San José de las
Carmelitas Descalzas, en el cual permaneció únicamente cuatro meses, en los que
sufrió muchas incomprensiones y humillaciones. Tras dejar el convento de las
carmelitas descalzas, entró en el Convento de la Orden de San Jerónimo (fundado
en 1585), donde viviría 27 años, y en 1669, profesó los consejos evangélicos
bajo el nombre de sor Juana Inés de la Cruz. En el convento desempeñó varias
funciones: cocinera, contadora, archivista, enfermera, y también se dedicó al
estudio, profundizando en el conocimiento de las ciencias. Fue propuesta para
ser superiora de la comunidad religiosa, opción que rechazó con severidad. En
su vida conventual, sor Juana cultivó amistades de mucho prestigio y poder: los
virreyes marqueses de Mancera, fray Payo Enríquez de Rivera (virrey y arzobispo
de México), y con los marqueses de la Laguna y condes de Paredes, Tomás Antonio
de la Cerda y María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga. Sor Juana se decantó más
por el conocimiento que por la vida matrimonial. Ella no ingresó a la vida
religiosa por vocación, sino para escapar del matrimonio. Según los estudiosos
de su obra, los sorjuanistas, esto se deduce de los escritos dirigidos a su
confesor, el jesuita Antonio Núñez de Miranda, y de su famosa y aún comentada «Respuesta
a sor Filotea», es decir, al obispo Manuel Fernández de Santa Cruz, su
seudónimo.
Su
fama como escritora insigne creció en la Nueva España, y estando en la cresta
de la ola de su fama como escritora consagrada, en 1680 se le encomendó
escribir para el virrey Tomás Antonio de la Cerda y Aragón, conde de Paredes y
marqués de la Laguna, una obra titulada «Neptuno alegórico», en la cual comparó
al virrey con el dios Neptuno. El Neptuno alegórico versó sobre el diseño del
arco triunfal para recibir al nuevo virrey. En la corte, la joven Juana fue tomando
gran notoriedad, su fama de áurea iba creciendo hasta alcanzar un lugar privilegiado
en la Corte del Virreinato. Para el gran poeta de todos los tiempos, el
mexicano Octavio Paz, el «Neptuno alegórico» es “un perfecto ejemplo de la
admirable y execrable prosa barroca, prosopopéyica, cruzada de ecos,
laberintos, emblemas, paradojas, agudezas, antítesis, coruscante de citas
latinas y nombres griegos y egipcios, que, en frases interminables y sinuosas,
lenta pero no agobiada con sus arreos, avanza por la página con cierta majestad
elefantina”.
Octavio
Paz, Premio Cervantes 1981 y Premio Nobel de Literatura 1990, influenciado por
sor Juana Inés de la Cruz, delineó la vasta figura de la poetisa con esta
locución: “En sor Juana no hay mística ni unión con Dios, y si hay
contemplación, no es de Dios, sino del Universo. Lo que hay, sobre todo, es
conocimiento". Al presentar su libro Sor Juana Inés de la Cruz o las
trampas de la fe, en la Universidad Autónoma de Madrid, el poeta mexicano
dio una conferencia, en la que afirmó sobre sor Juana lo siguiente: “Sor Juana
Inés de la Cruz se hizo monja para poder pensar”. Paz también solía decir que
Juan Inés reunió: "la excelencia, la abundancia y la diversidad". El
ensayo Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, es un estudio histórico-sociológico,
literario y biográfico. En su escrito, secciona en tres partes la vida de esta
insigne poeta: la entrada de sor Juana en la Orden de San Jerónimo abandonando
su posición en la corte virreinal; la relación de sor Juana con María Luisa
Manrique de Lara y Gonzaga de Lara, virreina de Nueva España, sobre si fue una
relación amorosa o amistosa; y la renuncia de sor Juana a la literatura en 1694.
Sor
Juana Inés renunció a la literatura en 1694, un año antes de su muerte,
producida por la “peste”, conocida como tabardillo o tifus, la cual traspasó
los muros del Convento de San Jerónimo. Sor Juana cuidó con esmero a sus
hermanas enfermas, contagiándose ella, muriendo el domingo 17 de abril de 1695,
a las cuatro de la mañana, en el tercer domingo de Pascua. Tenía 46 años. Murió
penitente, sirviendo y arrepentida.
Sor Juana Inés de la Cruz escribió en el libro de
profesiones del convento, al abandonar su ejercicio de escritora: “Yo, la peor
del mundo, Juana Inés de la Cruz”, que rubricó con su propia sangre.