La
preciosísima imagen de la Sangre de Cristo, fue traída de Guatemala a Managua
en 1638, cuando Managua no era ni pueblo, ni ciudad, ni mucho menos ciudad
capital. Managua fue elevada a la categoría de villa en 1819, a la de ciudad el
24 de julio de 1846, a la de Ciudad Capital de la República el 5 de febrero de
1852, y a la categoría de departamento, el 25 de febrero de 1875.
En tiempo de
la Colonia, Managua fue zona de tránsito entre las dos hermosas ciudades de
León y Granada. El obispo viajero, Mons. Agustín Morel de Santa Cruz, viajó por
Nicaragua en 1751, y encontró en Managua cinco iglesias; una de ellas era la
Parroquia, dedicada al Apóstol Santiago, esto lo refiere en un informe a Su
Majestad el Rey, fechado un 8 de septiembre.
La imagen de
la Sangre de Cristo tuvo su primer templo conocido como Veracruz, primer templo
que tuvo la villa de Managua; allí ya se veneraba al “Señor de los Milagros”.
Estaba situado donde se encuentra hoy día el Obelisco del “Parque Darío” detrás
del teatro del mismo nombre. A esta sacratísima imagen, se le ha rendido culto
en diferentes templos de Managua. Una de las razones por las cuales la venerada
imagen ha tenido que ser trasladada de un templo a otro, ha sido por razones de
la misma naturaleza: los terremotos en Managua.
Existen
antecedentes de dos terremotos ocurridos en 1844 y 1855. Probablemente, el
primero destruyó el templo de Veracruz, primer templo de la venerada imagen,
después fue llevada al templo de San Miguel.
Para el
terremoto de 1931, ocurrido a las 10:23 de la mañana del 31 de marzo, era
Martes Santo, la preciosísima imagen de la Sangre de Cristo se encontraba en el
templo San Antonio, que se destruyó con el terremoto, no sufriendo ningún daño
la venerada imagen. De este templo hay una apreciación muy valiosa e histórica
que consigno como un tesoro, como una herencia bien cuidada, en el recuerdo de
nuestros mayores; es la descripción que hacen Guerrero y Soriano en su
“Monografía” de Managua, sobre la Iglesia San Antonio:
“San
Antonio. Este templo católico es sin duda el más bello de la ciudad por su
arquitectura moderna ejecutada en cemento armado y con decoraciones y altares
magníficos y atractivo colorido. Encierra entre sus naves, la Capilla de la
Sangre de Cristo, la imagen más venerada de la ciudad, con tradiciones
populares que despiertan unción cristiana´´.
El siguiente
templo como casa para la imagen de la Sangre de Cristo, fue la iglesia de San
Sebastián. Durante ese tiempo se construía la iglesia de San Antonio, que años
más tarde fue elevada a la dignidad de Basílica Menor, que lamentablemente se
derrumbó con el sismo del 23 de diciembre de 1972.
La
sacratísima imagen de la Sangre de Cristo, permaneció en la iglesia de san
Antonio desde finales de los años treinta, hasta el año de 1972, año del último
y fatídico terremoto de Managua.
En el año de
1973, la venerada imagen de la Sangre de Cristo fue trasladada a la Parroquia
Monte Tabor, a donde iban peregrinos de todas partes, peregrinos que subían
desde el Siete Sur hasta el km 13 de la misma carretera, donde se encontraba el
Santuario de Monte Tabor.
Allí
permaneció la bendita imagen hasta el año de 1985, cuando fue llevada a la
Parroquia San Pío X, y en 1993 es trasladada la imagen de la Sangre de Cristo a
la nueva Catedral Metropolitana Inmaculada Concepción de María, donde tiene su
propia capilla. Se puede afirmar, que la venerada imagen de la Sangre de
Cristo, ha tenido como casa los siguientes templos: Veracruz, San Miguel, San
Sebastián, San Antonio, Monte Tabor, Pío X y, actualmente, la Catedral de
Managua.
La imagen de
la preciosísima Sangre de Cristo que llegó a Nicaragua hace 370 años, es realmente
preciosa; he aquí su descripción:
“Representación
de Cristo en la Cruz, tallado en madera policromada, de la época del siglo
XVII, de autor desconocido. Su cabeza está cubierta por una cabellera y una
corona de espinas; también luce algunas veces un hermoso resplandor adornado,
que es colocado encima de su corona de espinas. Color de piel morena sangrando
de sus manos y pies, exactamente donde está clavado en la cruz, presenta una
herida profunda debajo de la tetilla derecha con abundante sangrado concentrado
en un mismo punto sin regarse mucho sobre el costado de la herida. Sangrando de
la nariz y de la boca cuya sangre baja hasta la barba, además de diversas
heridas en partes del cuerpo y los flagelos en la espalda. Su cintura cubierta
por un manto de tela. La cruz, también es tallada en madera. Presenta talla de
racimos de uva y hojas de acanto; es de forma cilíndrica”.
Es
importante anotar y vale la pena dejar sentado, uno de los grandes milagros
realizados por la preciosísima Imagen de la Sangre de Cristo hace muchos años;
se trata del milagro realizado a favor de la Banda de los Supremos poderes:
“Es una
verdad histórica que una vez que la Banda de los Supremos poderes escapó de
zozobrar al regresar de un toque de otro lado de nuestro lago de Managua,
sobrevino una tempestad y al verse los miembros de la Banda al borde de la
muerte, unánimemente imploraron a la Sangre de Cristo que los salvara de
aquella posible catástrofe. La tempestad pasó sin daño alguno, y aquel grito de
auxilio iba acompañado de la promesa de asistir siempre en cuerpo a las
procesiones y demás actos religiosos que se le ofrendaran a la santa Imagen.
Desde entonces la Banda en cuerpo se convirtió en leal devota y asistió siempre
a todas las ceremonias y procesiones de la milagrosa imagen”.
Esta imagen
tan amada por los managuas, ha recibido honores tributados por todos aquellos
hombres y mujeres que han recibido favores, gracias y milagros incontables, en
reconocimiento a tan grandes beneficios. A la preciosísima imagen, se le han
tributado cuatro grandes honores:
• Coronación
por manos del inolvidable Sr. Arzobispo Mons. Antonio Lezcano y Ortega.
• Coronación
por las manos del Sr. Nuncio Apostólico Mons. Paolo Giglio, en la Parroquia San
Pío X.
• La visita
oficial de san Juan Pablo II el día 7 de febrero de 1996.
• Misa
Pontifical de Consagración de la Imagen de la Sangre de Cristo, acto realizado
el día 23 de febrero del 2008.
Este rito de
consagración se realizó dentro de una solemne eucaristía de la siguiente
manera: Después de la proclamación del santo evangelio, el vicario parroquial
de la insigne Catedral Metropolitana de Managua, Inmaculada Concepción de
María, Pbro. Bismarck Conde, hizo la presentación y petición de consagración de
la venerada imagen a su S.E.R. cardenal Leopoldo José Brenes, arzobispo
metropolitano de Managua.
Seguidamente,
el Sr. Cardenal dirigió su homilía a todos los fieles. Luego, pronunció la
oración de consagración sobre la sacratísima imagen, comunicando así el
Espíritu Santo “una gracia especial, dedicándola y ofreciéndola a Dios para el
culto divino, perpetuándola y elevando el carácter de su dignidad”. Acto
seguido, el cardenal Leopoldo ungió la bendita imagen con el santo crisma,
consagrado cada año en la Misa Crismal. Se hizo de la siguiente forma:
primeramente en el costado abierto, seguidamente el brazo derecho, después en
el brazo izquierdo, y finalmente en los pies. Al terminar el rito, se entonó el
canto oficial de la Sangre de Cristo acompañado de pólvora y repiques de
campanas.
“Pero al
llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que
uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió
sangre y agua”. (Jn 19, 33-34)
Sangre y
agua, dos palabras, ambas palabras con tremendos significados. De su cuerpo
brota “sangre y agua”, este signo es alusión preclara a los dones del mismo
Cristo glorificado a su comunidad: Bautismo y la Eucaristía. San Pablo en su
carta a los Romanos, afirma que por el bautismo fuimos sepultados con Cristo en
la muerte para resucitar a una vida nueva con Él. Bautismo es una palabra
griega que significa “inmersión en el agua”, y por el bautismo el cristiano
participa en el misterio pascual de Jesucristo; es decir, en su muerte y
resurrección. Todo bautizado en Cristo adquiere un compromiso, porque es un
don, una predilección de Dios, es una llamada ardiente a la fe. Dios en el
bautismo, nos ofrece su amor y gracia salvadora de su hijo muy amado
Jesucristo.
En nosotros
ha de haber una respuesta a ese amor y a ese gran don de Dios; es por eso que,
en la medida que vamos creciendo, es importante asumir conscientes y
gozosamente nuestra condición de bautizados, porque al recibir al Espíritu
Santo recibimos carismas y dones de carácter personal y comunitario.
De carácter
personal recibimos: La incorporación a Jesucristo en su gran misterio pascual,
Dios nos hace hijos suyos, hijos en el Hijo y miembros y herederos de los
bienes eternos; somos recreados por el Espíritu Santo, somos constituidos
templo y morada de Dios y somos enviados a la misión y el testimonio de vida.
De carácter comunitario y eclesial: somos incorporados al nuevo Pueblo de Dios,
participamos en la misión de Cristo en la Iglesia y por la Iglesia de
Jesucristo, somos configurados con Cristo como sacerdote, profeta y rey. A
partir del bautismo nuestra vida personal y comunitaria está marcada por la
acción del Espíritu Santo en múltiples formas.
El otro don
que brota del costado de Cristo es la Eucaristía. El sacramento de la
Eucaristía es la promesa de Jesús de darnos su cuerpo en alimento y su sangre
bebida; así lo anunció solemnemente en la sinagoga de Cafarnaúm. La Eucaristía
o santa misa es el memorial de la Cena del Señor, es la nueva pascua que
expresa la nueva alianza.
Jesucristo
es el Cordero de Dios que en esa nueva alianza quita el pecado del mundo, por
su preciosa sangre en la cruz y por su resurrección gloriosa. San Pablo también
habla elocuente y densamente sobre la eucaristía, al igual que como lo hace con
el bautismo.
Pablo anima
a la comunidad de Corinto llamándolos a la corrección, los corrige para urgir
una celebración digna de la Cena del Señor; la corrección del Apóstol de los
gentiles se basa en su fe tan grande en la presencia real de Jesucristo en la
eucaristía, porque la eucaristía es presencia viva de Jesús entre los hombres.
La
eucaristía es la última prueba del amor de Dios a los hombres. Jesucristo
instituyó la Eucaristía para perpetuar por los siglos, hasta su regreso, el
sacrificio de la cruz, y alimentar nuestras almas para la vida eterna.
Desde niño
me enseñaron que al participar de la eucaristía lo hacemos por cuatro fines:
para adorar a Dios dignamente, para pedir perdón por los pecados nuestros y de
todos los cristianos vivos y difuntos, para dar gracias a Dios por todo, y para
pedir nuevos favores del alma y del cuerpo.
En la
Iglesia Católica, celebramos dos grandes solemnidades que nos invitan a
reflexionar y a valorar el misterio eucarístico: el Jueves Santo que es el
comienzo del triduo pascual, y “Corpus Christi”, Cuerpo y Sangre de Cristo. El
Jueves Santo, celebramos la institución de la eucaristía por Jesús en la Cena
de despedida, la víspera de su Pasión.
En el Jueves
Santo se vive el memorial de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. En la
fiesta del “Corpus Christi”, celebramos la prolongación de la Eucaristía a
través de los siglos, de la presencia real de Jesús Sacramentado entre
nosotros. En el Jueves de Corpus, la eucaristía se presenta en relación con dos
aspectos: la presencia real de Cristo bajo apariencia de pan a través de los
siglos, y en relación con la comunidad, nueva alianza por la sangre de Cristo.
Pero también, la fiesta del “Corpus Christi” nos invita a una profesión pública
de fe por parte de la Iglesia, de cada diócesis, de cada parroquia, como lo
expresa la procesión que sigue a la Misa.
Del costado
de Cristo nos ha brotado por amor, sangre y agua, es decir: Bautismo y
Eucaristía para salvarnos. Al acercarnos a la preciosísima imagen de la “Sangre
de Cristo” eso contemplaremos: Bautismo y Eucaristía para salvarnos; por eso al
estar ante esa bendiga imagen, no pueden salir de nuestros labios, y desde
nuestro corazón más que agradecimiento, y decir con la mente, con el corazón, y
con todo el ser: ¡Sangre de Cristo! ¡Sálvanos!
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