jueves, 18 de octubre de 2018

Sobre la preciosísima imagen de la Sangre de Cristo (Colección Santos Cristos)





La preciosísima imagen de la Sangre de Cristo, fue traída de Guatemala a Managua en 1638, cuando Managua no era ni pueblo, ni ciudad, ni mucho menos ciudad capital. Managua fue elevada a la categoría de villa en 1819, a la de ciudad el 24 de julio de 1846, a la de Ciudad Capital de la República el 5 de febrero de 1852, y a la categoría de departamento, el 25 de febrero de 1875.
En tiempo de la Colonia, Managua fue zona de tránsito entre las dos hermosas ciudades de León y Granada. El obispo viajero, Mons. Agustín Morel de Santa Cruz, viajó por Nicaragua en 1751, y encontró en Managua cinco iglesias; una de ellas era la Parroquia, dedicada al Apóstol Santiago, esto lo refiere en un informe a Su Majestad el Rey, fechado un 8 de septiembre.

La imagen de la Sangre de Cristo tuvo su primer templo conocido como Veracruz, primer templo que tuvo la villa de Managua; allí ya se veneraba al “Señor de los Milagros”. Estaba situado donde se encuentra hoy día el Obelisco del “Parque Darío” detrás del teatro del mismo nombre. A esta sacratísima imagen, se le ha rendido culto en diferentes templos de Managua. Una de las razones por las cuales la venerada imagen ha tenido que ser trasladada de un templo a otro, ha sido por razones de la misma naturaleza: los terremotos en Managua.
Existen antecedentes de dos terremotos ocurridos en 1844 y 1855. Probablemente, el primero destruyó el templo de Veracruz, primer templo de la venerada imagen, después fue llevada al templo de San Miguel.

Para el terremoto de 1931, ocurrido a las 10:23 de la mañana del 31 de marzo, era Martes Santo, la preciosísima imagen de la Sangre de Cristo se encontraba en el templo San Antonio, que se destruyó con el terremoto, no sufriendo ningún daño la venerada imagen. De este templo hay una apreciación muy valiosa e histórica que consigno como un tesoro, como una herencia bien cuidada, en el recuerdo de nuestros mayores; es la descripción que hacen Guerrero y Soriano en su “Monografía” de Managua, sobre la Iglesia San Antonio:
“San Antonio. Este templo católico es sin duda el más bello de la ciudad por su arquitectura moderna ejecutada en cemento armado y con decoraciones y altares magníficos y atractivo colorido. Encierra entre sus naves, la Capilla de la Sangre de Cristo, la imagen más venerada de la ciudad, con tradiciones populares que despiertan unción cristiana´´.
El siguiente templo como casa para la imagen de la Sangre de Cristo, fue la iglesia de San Sebastián. Durante ese tiempo se construía la iglesia de San Antonio, que años más tarde fue elevada a la dignidad de Basílica Menor, que lamentablemente se derrumbó con el sismo del 23 de diciembre de 1972.

La sacratísima imagen de la Sangre de Cristo, permaneció en la iglesia de san Antonio desde finales de los años treinta, hasta el año de 1972, año del último y fatídico terremoto de Managua.
En el año de 1973, la venerada imagen de la Sangre de Cristo fue trasladada a la Parroquia Monte Tabor, a donde iban peregrinos de todas partes, peregrinos que subían desde el Siete Sur hasta el km 13 de la misma carretera, donde se encontraba el Santuario de Monte Tabor.
Allí permaneció la bendita imagen hasta el año de 1985, cuando fue llevada a la Parroquia San Pío X, y en 1993 es trasladada la imagen de la Sangre de Cristo a la nueva Catedral Metropolitana Inmaculada Concepción de María, donde tiene su propia capilla. Se puede afirmar, que la venerada imagen de la Sangre de Cristo, ha tenido como casa los siguientes templos: Veracruz, San Miguel, San Sebastián, San Antonio, Monte Tabor, Pío X y, actualmente, la Catedral de Managua.

La imagen de la preciosísima Sangre de Cristo que llegó a Nicaragua hace 370 años, es realmente preciosa; he aquí su descripción:
“Representación de Cristo en la Cruz, tallado en madera policromada, de la época del siglo XVII, de autor desconocido. Su cabeza está cubierta por una cabellera y una corona de espinas; también luce algunas veces un hermoso resplandor adornado, que es colocado encima de su corona de espinas. Color de piel morena sangrando de sus manos y pies, exactamente donde está clavado en la cruz, presenta una herida profunda debajo de la tetilla derecha con abundante sangrado concentrado en un mismo punto sin regarse mucho sobre el costado de la herida. Sangrando de la nariz y de la boca cuya sangre baja hasta la barba, además de diversas heridas en partes del cuerpo y los flagelos en la espalda. Su cintura cubierta por un manto de tela. La cruz, también es tallada en madera. Presenta talla de racimos de uva y hojas de acanto; es de forma cilíndrica”.

Es importante anotar y vale la pena dejar sentado, uno de los grandes milagros realizados por la preciosísima Imagen de la Sangre de Cristo hace muchos años; se trata del milagro realizado a favor de la Banda de los Supremos poderes:
“Es una verdad histórica que una vez que la Banda de los Supremos poderes escapó de zozobrar al regresar de un toque de otro lado de nuestro lago de Managua, sobrevino una tempestad y al verse los miembros de la Banda al borde de la muerte, unánimemente imploraron a la Sangre de Cristo que los salvara de aquella posible catástrofe. La tempestad pasó sin daño alguno, y aquel grito de auxilio iba acompañado de la promesa de asistir siempre en cuerpo a las procesiones y demás actos religiosos que se le ofrendaran a la santa Imagen. Desde entonces la Banda en cuerpo se convirtió en leal devota y asistió siempre a todas las ceremonias y procesiones de la milagrosa imagen”.

Esta imagen tan amada por los managuas, ha recibido honores tributados por todos aquellos hombres y mujeres que han recibido favores, gracias y milagros incontables, en reconocimiento a tan grandes beneficios. A la preciosísima imagen, se le han tributado cuatro grandes honores:
• Coronación por manos del inolvidable Sr. Arzobispo Mons. Antonio Lezcano y Ortega.
• Coronación por las manos del Sr. Nuncio Apostólico Mons. Paolo Giglio, en la Parroquia San Pío X.
• La visita oficial de san Juan Pablo II el día 7 de febrero de 1996.
• Misa Pontifical de Consagración de la Imagen de la Sangre de Cristo, acto realizado el día 23 de febrero del 2008.
Este rito de consagración se realizó dentro de una solemne eucaristía de la siguiente manera: Después de la proclamación del santo evangelio, el vicario parroquial de la insigne Catedral Metropolitana de Managua, Inmaculada Concepción de María, Pbro. Bismarck Conde, hizo la presentación y petición de consagración de la venerada imagen a su S.E.R. cardenal Leopoldo José Brenes, arzobispo metropolitano de Managua.
Seguidamente, el Sr. Cardenal dirigió su homilía a todos los fieles. Luego, pronunció la oración de consagración sobre la sacratísima imagen, comunicando así el Espíritu Santo “una gracia especial, dedicándola y ofreciéndola a Dios para el culto divino, perpetuándola y elevando el carácter de su dignidad”. Acto seguido, el cardenal Leopoldo ungió la bendita imagen con el santo crisma, consagrado cada año en la Misa Crismal. Se hizo de la siguiente forma: primeramente en el costado abierto, seguidamente el brazo derecho, después en el brazo izquierdo, y finalmente en los pies. Al terminar el rito, se entonó el canto oficial de la Sangre de Cristo acompañado de pólvora y repiques de campanas.

“Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua”. (Jn 19, 33-34)

Sangre y agua, dos palabras, ambas palabras con tremendos significados. De su cuerpo brota “sangre y agua”, este signo es alusión preclara a los dones del mismo Cristo glorificado a su comunidad: Bautismo y la Eucaristía. San Pablo en su carta a los Romanos, afirma que por el bautismo fuimos sepultados con Cristo en la muerte para resucitar a una vida nueva con Él. Bautismo es una palabra griega que significa “inmersión en el agua”, y por el bautismo el cristiano participa en el misterio pascual de Jesucristo; es decir, en su muerte y resurrección. Todo bautizado en Cristo adquiere un compromiso, porque es un don, una predilección de Dios, es una llamada ardiente a la fe. Dios en el bautismo, nos ofrece su amor y gracia salvadora de su hijo muy amado Jesucristo.

En nosotros ha de haber una respuesta a ese amor y a ese gran don de Dios; es por eso que, en la medida que vamos creciendo, es importante asumir conscientes y gozosamente nuestra condición de bautizados, porque al recibir al Espíritu Santo recibimos carismas y dones de carácter personal y comunitario.

De carácter personal recibimos: La incorporación a Jesucristo en su gran misterio pascual, Dios nos hace hijos suyos, hijos en el Hijo y miembros y herederos de los bienes eternos; somos recreados por el Espíritu Santo, somos constituidos templo y morada de Dios y somos enviados a la misión y el testimonio de vida. De carácter comunitario y eclesial: somos incorporados al nuevo Pueblo de Dios, participamos en la misión de Cristo en la Iglesia y por la Iglesia de Jesucristo, somos configurados con Cristo como sacerdote, profeta y rey. A partir del bautismo nuestra vida personal y comunitaria está marcada por la acción del Espíritu Santo en múltiples formas.

El otro don que brota del costado de Cristo es la Eucaristía. El sacramento de la Eucaristía es la promesa de Jesús de darnos su cuerpo en alimento y su sangre bebida; así lo anunció solemnemente en la sinagoga de Cafarnaúm. La Eucaristía o santa misa es el memorial de la Cena del Señor, es la nueva pascua que expresa la nueva alianza.
Jesucristo es el Cordero de Dios que en esa nueva alianza quita el pecado del mundo, por su preciosa sangre en la cruz y por su resurrección gloriosa. San Pablo también habla elocuente y densamente sobre la eucaristía, al igual que como lo hace con el bautismo.
Pablo anima a la comunidad de Corinto llamándolos a la corrección, los corrige para urgir una celebración digna de la Cena del Señor; la corrección del Apóstol de los gentiles se basa en su fe tan grande en la presencia real de Jesucristo en la eucaristía, porque la eucaristía es presencia viva de Jesús entre los hombres.

La eucaristía es la última prueba del amor de Dios a los hombres. Jesucristo instituyó la Eucaristía para perpetuar por los siglos, hasta su regreso, el sacrificio de la cruz, y alimentar nuestras almas para la vida eterna.
Desde niño me enseñaron que al participar de la eucaristía lo hacemos por cuatro fines: para adorar a Dios dignamente, para pedir perdón por los pecados nuestros y de todos los cristianos vivos y difuntos, para dar gracias a Dios por todo, y para pedir nuevos favores del alma y del cuerpo.

En la Iglesia Católica, celebramos dos grandes solemnidades que nos invitan a reflexionar y a valorar el misterio eucarístico: el Jueves Santo que es el comienzo del triduo pascual, y “Corpus Christi”, Cuerpo y Sangre de Cristo. El Jueves Santo, celebramos la institución de la eucaristía por Jesús en la Cena de despedida, la víspera de su Pasión.
En el Jueves Santo se vive el memorial de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. En la fiesta del “Corpus Christi”, celebramos la prolongación de la Eucaristía a través de los siglos, de la presencia real de Jesús Sacramentado entre nosotros. En el Jueves de Corpus, la eucaristía se presenta en relación con dos aspectos: la presencia real de Cristo bajo apariencia de pan a través de los siglos, y en relación con la comunidad, nueva alianza por la sangre de Cristo. Pero también, la fiesta del “Corpus Christi” nos invita a una profesión pública de fe por parte de la Iglesia, de cada diócesis, de cada parroquia, como lo expresa la procesión que sigue a la Misa.
Del costado de Cristo nos ha brotado por amor, sangre y agua, es decir: Bautismo y Eucaristía para salvarnos. Al acercarnos a la preciosísima imagen de la “Sangre de Cristo” eso contemplaremos: Bautismo y Eucaristía para salvarnos; por eso al estar ante esa bendiga imagen, no pueden salir de nuestros labios, y desde nuestro corazón más que agradecimiento, y decir con la mente, con el corazón, y con todo el ser: ¡Sangre de Cristo! ¡Sálvanos!

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