miércoles, 30 de noviembre de 2022


El siglo XX fue un siglo convulso, estremecido por grandes crisis, como las guerras mundiales, revoluciones, genocidios, etnocidios, políticas de exclusión, pobreza extrema, desempleo y persecución contra la Iglesia católica en diferentes países. Entre 1931 y 1939, el Reino de España vivía la Segunda República (entre el 14 de abril de 1931 y el 1 de abril de 1939). El rey Alfonso XIII tuvo que marcharse al exilio al haberse proclamado en España la Segunda República, viviendo en diferentes ciudades europeas, estableciéndose en París y Roma, donde falleció a los 54 años.

Durante la Segunda República, España vivió la Guerra Civil (1936‑1939, periodo de entreguerras), que fue un conflicto social, político y militar, el más sangriento de la nación, en el cual murieron aproximadamente 500,000 personas. Se dieron asesinatos sistemáticos, violencia de las turbas, torturas, fusilamientos (casi 200,000 personas) y otra serie de brutalidades que terminaron en crímenes de lesa humanidad (el impresionante cuadro Guernica de Pablo Picasso representa este episodio sangriento de la Guerra Civil española). Fue asesinada brutalmente gente de diferentes estratos sociales, médicos, abogados e intelectuales, escritores y poetas, entre los cuales figuró el poeta, dramaturgo y prosista, Federico García Lorca, autor de Romancero gitano y más de 40 obras, que fue fusilado en el municipio de Víznar. Con el fusilamiento del poeta, el trío surrealista y mejores amigos, Buñuel, Dalí y Lorca, quedó disuelto.

Durante la guerra civil española asesinaron alrededor de 7,000 sacerdotes, religiosos y religiosas de diferentes órdenes y congregaciones. En ese contexto sociopolítico, fueron martirizados en Madrid los doce misioneros redentoristas, seis sacerdotes y seis hermanos coadjutores. Estos doce misioneros fueron miembros de dos comunidades: Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y de la Basílica Pontificia de San Miguel (actualmente sede del nuncio apostólico en España), en la ciudad de Madrid, quienes fueron asesinados entre el 20 de julio y el 7 de noviembre de 1936. Nuestros beatos mártires son los siguientes: Nicasio Vicente Renuncio Toribio, Aniceto Lizasoain Lizaso, Antonio Girón González, Máximo (Rafael) Perea Pinedo, Nicesio Pérez del Palomar Quincoces, Gregorio Zugasti Fernández de Esquide, José María Urruchi Ortiz, Pascual (José Joaquín) Erviti Insausti, Crescencio Ortiz Blanco, Ángel Martínez Miguélez, Bernardo (Gabriel) Saiz Gutiérrez y Donato Jiménez Viviano.

Siete de nuestros beatos mártires (Vicente Renuncio Toribio y 11 compañeros), nacieron en el último tramo del siglo XIX. A lo largo de este siglo, España experimentó grandes transformaciones políticas, económicas y sociales, como nuevas técnicas y modos de producción agrícola, industria moderna (transformaría las sociedades de Inglaterra, Francia y Alemania), basada en la maquinaria y la fábrica, se sustituye la monarquía absoluta por una parlamentaria y constitucional (Primera República (1873-1874), desaparece el Tribunal de la Inquisición (15 de julio de 1834, durante la regencia de María Cristina de Borbón) y los derechos señoriales, se sustituye la antigua sociedad feudal por una sociedad de clases y fueron quedando atrás, poco a poco, ideas y prejuicios anacrónicos, diría el escritor Mario Vargas Llosa. El firmamento de las letras se ilumina más con la publicación de nuevas novelas de don Benito Pérez Galdós, el cronista de España, con dedicación, inventiva, empeño y soltura, entre 1876 y 1897 publicó Doña Perfecta, Gloria, Tormento, Misericordia, El abuelo y Torquemada en el purgatorio. En septiembre de 1892 Rubén Darío, el ´príncipe de las letras castellanas´, llega por primera vez a España. Estos son los acontecimientos en los que se enmarca el nacimiento de siete de nuestros beatos mártires redentoristas en las tres últimas décadas del siglo XIX.

He aquí un esbozo de cada uno de nuestros beatos mártires:

Beato Nicasio Vicente Renuncio Toribio: este beato es quien encabeza la lista de la Causa de Canonización. Profesó en la Congregación del Santísimo Redentor el 8 de septiembre de 1895 en Nava de Rey. Se ordenó como sacerdote el 23 de marzo de 1901 en Astorga, León. El beato Vicente sirvió en la Congregación como formador y profesor en el Jovenado de Nuestra Señora del Espino, consultor provincial; fue misionero en Astorga, el Espino y Sevilla y participó en campañas misioneras en la ciudad de Cáceres. En el Santuario del Perpetuo Socorro de Madrid, donde fue prefecto, colaboró con la revista El Perpetuo Socorro (hoy Icono, fundada en 1899), con ahínco cuidó del culto, la catequesis de niños y la atención a los enfermos y ancianos. Fue martirizado el 7 de noviembre de 1936, en Paracuellos de Jarama, Madrid. Sus palabras como oblación de entrega generosa fueron las siguientes: “Ofrezco mi vida por mis cohermanos de España, por toda la Congregación y por la desventurada España”. Ese mismo día se confesó y le expresó a su amigo José Rumbao, lleno de júbilo: “Ya estoy preparado. Cuando usted quiera amigo. Ya no me preocupa lo que pueda suceder”. Y en voz baja añadió: “Ya me he confesado. Si voy a otra prisión, ya le escribiré. Si no, ya nos veremos en el cielo”.

Beato Aniceto Lizasoain Lizaso: en 1892 ingresó en la Congregación del Santísimo Redentor, profesando el 15 de octubre de 1896. Su lengua de origen era el vasco, por lo que presentó dificultad de la lengua castellana en los estudios de Filosofía y Teología. Como hermano coadjutor, sirvió en la Congregación en los humildes servicios de la portería, sacristía y ecónomo en las comunidades de Granada, Valencia, San Miguel y Perpetuo Socorro, en Madrid. Vivió su martirio en agosto de 1936, tenía 59 años en el momento de su muerte martirial. El biógrafo del beato Aniceto afirma que él siempre albergó en su corazón el ardiente deseo de ser sacerdote, ese fue uno de sus mayores sufrimientos, con los cuales comenzó su martirio. Uno días antes de ser martirizado, le preguntaron sobre su estado de ánimo, a lo cual respondió firme y resuelto: “Me encuentro bien y ya he ofrecido mi vida por Jesucristo”.

Beato Antonio Girón González: desde muy niño sintió la llamada de Dios a la vida sacerdotal. En 1882 ingresó al Seminario Diocesano de Astorga. Tiempo después, siendo seminarista, sintió la llamaba a la vida consagrada en la Congregación del Santísimo Redentor, donde profesó en 1889. El 19 de mayo de 1894 recibió el orden sacerdotal en la ciudad de León. Su vida misionera y ministerial la llevó a cabo como profesor y formador en el Jovenado del Espino en Santa Gadea del Cid, vivió como misionero en cinco comunidades: Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, San Miguel, San Felipe de Cuenca, Monasterio de Nuestra Señora del Espino y Nava del Rey. Fue martirizado junto con otro sacerdote en agosto de 1936 y murió sin soltar las cuentas del santo rosario hasta el último suspiro.

Beato Rafael Perea Pinedo: el beato Rafael profesó en la ciudad de Nava del Rey, Valladolid, el 27 de febrero de 1923 y, 3 años después, hizo su profesión perpetua. Como hermano coadjutor se desenvolvió en las comunidades de Astorga y el Perpetuo Socorro de Madrid, en los humildes servicios de cocinero, portero, sacristán y ecónomo. El 2 de noviembre fue detenido e interrogado por los milicianos y al día siguiente, 3 de noviembre de 1936, su cadáver fue recogido en Ciudad Universitaria de Madrid.

Beato Nicesio Pérez del Palomar Quincoces: inició su formación en la Congregación del Santísimo Redentor en 1883. Su noviciado lo hizo en la comunidad del Espino, profesó el 30 de marzo de 1891. Su vida como religioso redentorista la vivió ejerciendo los oficios de carpintero, hortelano, maestro de obras, al frente de los albañiles. Sus últimos años, los consagró en el oficio de la horticultura, en las comunidades de Astorga, Santander y Perpetuo Socorro de Madrid. Fue martirizado a los 77 años, en la madrugada del 16 de agosto de 1936, en el km 8 de la carretera de Valencia. Este beato es el mayor de los redentoristas martirizados en la persecución religiosa de 1936 y 1939 en España. El beato Nicesio era un hombre de carácter fuerte, así se mantuvo hasta el día de su ejecución, uno de los milicianos ejecutores dijo de él: “¡Qué energía tiene ese viejo!”.

Beato Gregorio Zugasti Fernández de Esquide: en el año 1906 ingresó en el postulantado redentorista de Pamplona, Navarra y el 25 de diciembre de 1912 profesó en el Monasterio de Nuestra Señora del Espino en Santa Gadea del Cid. Su vida como misionero redentorista la vivió el Santuario de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en Madrid, colaborando como auxiliar en la administración de la Revista del Perpetuo Socorro como oficial y gerente. Fue un religioso compasivo y caritativo, cuidó con gran amor fraternal al Hno. Nicesio Pérez, anciano y ciego y por estar junto con este hermano sufrió también el martirio.

Beato José María Urruchi Ortiz: el beato José María ingresó en el Jovenado de Nuestra Señora del Espino en 1921. Profesó el 24 de agosto de 1927, en Nava de Rey Valladolid. Estudió la Filosofía y Teología en Astorga, León y allí se ordenó como presbítero el 20 de octubre de 1932. Como sacerdote, lo enviaron a trabajar apostólicamente a La Coruña y Gerona, Cuenca, Vigo y en octubre de ese mismo año es destinado al Santuario del Perpetuo Socorro de Madrid. En agosto de 1936 fue martirizado cruelmente, el día 22, el cadáver del beato José María fue recogido para ser sepultado en el Cementerio de la Almudena de Madrid. Es el más joven de los doce mártires, apenas tenía 27 años cuando sufrió el martirio.

Beato José Joaquín Erviti Insausti: el 31 de mayo de 1926, el beato José Joaquín ingresó como postulante en la Congregación del Santísimo Redentor, en la comunidad de Pamplona, Navarra. El 24 de febrero de 1930 hizo su primera profesión, en la comunidad de Nava de Rey, Valladolid, con el nombre de Hno. Pascual. En sus años de religioso sirvió como cocinero, en la comunidad de Astorga. En su último año de vida, el beato José Joaquín en el Santuario del Perpetuo Socorro de Madrid, donde recibió el martirio.

Beato Crescencio Ortiz Blanco: en el año 1893 ingresó en El Jovenado del Espino. Hizo su primera profesión como redentorista el 24 de agosto de 1900, en Nava de Rey, Valladolid. Fue ordenado sacerdote el 28 de diciembre de 1905, en Astorga, León. Como sacerdote enseñó Filosofía en Astorga. A partir de 1908 fue misionero itinerante en las comunidades de Madrid-San Miguel, Galicia, Valencia, Barcelona, Madrid–Perpetuo Socorro. Su última comunidad fue la Basílica Pontificia de San Miguel, a la cual llegó en julio de 1936, donde él y dos cohermanos más fueron martirizados, acusándolos de fascistas.

Beato Ángel Martínez Miguélez: en 1918 ingresó en el Jovenado del Espino, Burgos. Hizo su profesión religiosa el 24 de agosto de 1925 y fue ordenado como presbítero en 1930. Durante 4 años fue profesor de Filosofía, servicio que abandonó por razones de salud. Los dos últimos años de su vida los pasó en el Santuario del Perpetuo Socorro de Madrid y en julio de 1936 fue destinado a la Basílica Pontificia de San Miguel. El beato Ángel contaba el día su martirio con 29 años.

Beato Bernardo Saiz Gutiérrez: en mayo de 1919 ingresó al monasterio de Nuestra Señora del Espino, en Burgos. Su profesión religiosa la hizo en Nava de Rey, Valladolid, el 13 de noviembre de 1920 y tomó el nombre de Gabriel, el Hno. Gabriel. El servicio que prestó en la Congregación fue como cocinero en dos comunidades: Pamplona y Madrid–San Miguel, hasta el día de su martirio. El beato Bernardo se había preparado para el martirio. Como despedida pronunció estas palabras: “Estoy tan preparado que no me perturbará si me cogiesen ahora mismo y me pegasen cuatro tiros, y hasta me alegraría”.

Beato Donato Jiménez Viviano: en Alaejos, Valladolid, pueblo que vio nacer al beato Donato Jiménez, se llevó a cabo una misión redentorista, esta le impactó tanto que decidió conocer el carisma de aquellos predicadores. Fue así como en 1887 ingresó en el Jovenado del Espino en Santa Gadea del Cid y seis años después, el 8 de septiembre de 1893 profesó en Nava de Rey y recibió el orden sacerdotal el 27 de mayo de 1899, en Astorga. Como sacerdote sirvió en la formación de los futuros misioneros redentoristas, en Nava del Rey y el Jovenado del Espino. Después lo hizo como misionero en Cuenca, el Espino, Astorga, Pamplona, Santander y Vigo. En junio de 1936 fue destinado a la comunidad madrileña de San Miguel. El beato Donato se caracterizó por ser una persona optimista y jovial, se entregó totalmente a la causa del Evangelio. El 13 de septiembre de 1936 fue encarcelado, cinco días después, el 18 por la mañana, su cadáver fue encontrado en Fuencarral.

El padre de la Iglesia y teólogo, Quinto Septimio Florente Tertuliano, en su Exhortación a los Mártires dirigida a los cristianos encarcelados por la fe en la ciudad de Cartago entre los meses de enero y febrero del año 197, para animarlos a perseverar en su confesión y a merecer la gracia del martirio, les escribió: “La sangre de los mártires es semilla de los cristianos”. Frase célebre que ha traspasado los siglos y ha perfumado a la iglesia de todos los tiempos. Esta miríada de mártires que hay en la santa Iglesia, anónimos, beatificados y canonizados, nos han enseñado y orientado que ellos han recorrido en fidelidad el camino abierto por Jesús al decir de sí mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Los mártires nos ayudan a todos a descubrir diariamente el valor del testimonio dado a Jesucristo Nuestro Señor, ellos, al donar por entero sus vidas como ofrenda amorosa, se convierten en auténticos testigos de la redención copiosa.

No obstante, ¿quién es un mártir? En el n.º 2473 del Catecismo de la Iglesia católica leemos: “El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza”. El papa emérito, Benedicto XVI, nos instruye con estas palabras sobre el martirio: “Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había trasformado y hechos capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores” (Porta fidei, 13) y el padre Roberto Bolaños, en su escrito Dieron la vida por la abundante redención-Mártires Redentoristas en Cuenca, indica que los mártires son: “Aquellos que han entregado su vida, derramando su sangre, para testimoniar su fe en Cristo, su amor a la Iglesia y la justicia de las causas de los pobres”.

El mártir también es profeta por razón de su bautismo, por estar configurado con Cristo en su pasión, muerte y resurrección gloriosa. En el Antiguo Testamento, el profetismo, sacerdocio y la monarquía eran las tres instituciones que guiaban al pueblo en el caminar de su historia. En las Sagradas Escrituras se enlistan 104 profetas, a 49 de ellos se les conoce por su nombre y 17 de ellos escribieron su mensaje. La palabra profeta traducida del griego y hebreo se interpreta como el llamado, el enviado y el que anuncia. En sentido estricto bíblico significa el que habla en lugar de otro, es decir, el que habla en lugar de Dios. Los profetas fundaban su mensaje en tres principios: denunciaban, exhortaban y prometían. Denunciaban la idolatría cananea, exhortaban a la conversión y prometían una esperanza al pueblo en el Dios único y verdadero. Nuestros mártires Aniceto, Antonio, Nicasio, Rafael, Nicesio, Gregorio, José María, José Joaquín, Crescencio, Ángel, Bernardo y Donato, nos enseñan exhortándonos con su martirio el camino de la conversión, transitando la ruta de la esperanza en el Dios de la vida.

En la actualidad, en la Iglesia católica, el profetismo sigue vivo desde la persona, el mensaje y la vida de Nuestro Señor Jesucristo, el profeta por excelencia. Cuando fuimos bautizados, con el santo crisma, se pronunciaron sobre nosotros estas palabras: “Para que entréis a formar parte de su pueblo y seáis para siempre miembros de Cristo, sacerdote, profeta y rey”. El Concilio Vaticano II indica: “El Pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad y ofreciendo a Dios el sacrificio de alabanza, que es fruto de los labios que confiesan su nombre (LG 12)”.

¿Por qué el gobierno de la Segunda República Española persiguió a la Iglesia? La Santa Sede recomendó a los obispos españoles (que en 1966 se configuraron como Conferencia Episcopal Española), de aceptar y colaborar con el gobierno de la Segunda República ´para el bien de España´. Al poco tiempo de la proclamación de la Segunda República Española comenzó la violencia contra la Iglesia católica, como la horrible quema de sus conventos. A este episodio en la historia de España se le llamó cuestión religiosa en la Segunda República Española. La Iglesia en España no hizo campaña política ni a favor ni en contra del sistema de la Segunda República. El Concilio Vaticano II, en la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes, indica que la Iglesia está llamada a: “Participar de los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo”. Los jerarcas de la Iglesia no deben o no debemos participar en política estrictamente partidista, pueden participar en política en sentido amplio, mas no en sentido estricto. El buen lector preguntará: ¿Qué significa política en sentido amplio? Política en sentido amplio significa buscar el bien común.

El historiador de la Iglesia, Pbro. Andrés Martínez Esteban, escribe sobre las acusaciones que se le hicieron a la Iglesia: “Bajo la acusación de que hay sacerdotes, religiosos y religiosas están apoyando el alzamiento militar y que están participando en política que son datos que hoy sabemos que no son ciertos. Son acusaciones falsas pero que se utilizan como excusa para perseguir a todas estas personas simplemente por el hecho de pertenecer a la Iglesia católica, con el resultado de que se les fusila y se les mata sistemáticamente”. A la Iglesia católica se la acusaba de haber vivido por siglos un concubinato con la Monarquía imperante, siendo cómplice de grandes vejaciones y de tener un poder desmedido. Este odio de sangre y odio de muerte en contra de la Iglesia hunde sus raíces en la postura de partidos políticos que defendían la separación de la Iglesia y el Estado, lo cual dio origen a la constitución de 1931. En el periodo que va del 14 de abril de 1931 y el 1 de abril de 1939, hubo en España un anticlericalismo visceral, alimentado por algunos medios de publicidad como la revista satírica La Traca, que desapareció en 1938. Esta revista llegó a vender más de 500.000 ejemplares.

Nuestros beatos mártires redentoristas vivieron, de manera frugal, en la cotidianidad de la vida, haciendo de lo ordinario algo extraordinario. Vivieron el espíritu del carisma de la Congregación, observando el conjunto de preceptos fundamentales que se debe guardar como un tesoro en la comunidad religiosa. Hoy ellos están en los altares de la Iglesia y se suman al número de los hijos ínclitos de la Congregación del Santísimo Redentor. La celebración de la eucaristía y rito de beatificación fue presidida por el delegado apostólico, Emmo. y Rvdmo. Sr. cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio de las Causas de los Santos, y concelebrada por el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, el 22 de octubre de 2022, en la catedral de Santa María la Real de la Almudena de Madrid, desde la cual escuchamos la fórmula de beatificación que los proclamó bienaventurados, que están gozando de las delicias del Paraíso y fueron inscritos en el catálogo de los beatos de la santa Iglesia católica y apostólica. En su homilía enfatizó el cardenal Semeraro diciendo: “La fe radical en Dios, que es nuestro Padre, y la solidaridad absoluta con su Hijo Jesucristo: éstas son las coordenadas que, por sí solas, pueden guiarnos, incluso cuando nos encontramos en medio de los miedos y chantajes humanos”. El superior provincial de España, padre Francisco Javier Caballero, dio gracias por la beatificación con estas palabras: “Estos doce nuevos beatos son la expresión clara del compromiso misionero con la reconciliación, con el encuentro de los hijos de san Alfonso María de Ligorio”.

El grupo de mártires redentoristas inscritos en el número de los beatos de la santa madre Iglesia católica y apostólica, lo componen seis sacerdotes y seis hermanos coadjutores redentoristas.

Que nuestros nuevos beatos mártires redentoristas, rueguen por nuestra Congregación del Santísimo Redentor, por la todavía provincia de América Central y por el proceso de reconfiguración y reestructuración.

¡Vivan nuestros beatos mártires de Madrid, Aniceto, Antonio, Nicasio, Rafael, Nicesio, Gregorio, José María, José Joaquín, Crescencio, Ángel, Bernardo y Donato! Profetas y heraldos de la fe, generosidad, el perdón y la reconciliación

 

 

 

 

 

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